domingo, 8 de junio de 2008

ALGUNOS MUSEOS ITALIANOS DEL BARROCO

Desde finales del siglo XVI el estudio de la Historia Natural se hizo muy popular entre las élites urbanas. Para los patricios que coleccionaban arte, muebles, antigüedades o libros, la posesión de especímenes naturales era otro medio más para demostrar su riqueza, cuanto más exótico fuera el objeto tanto mejor, no se reparaba en gastos para la adquisición de toda novedad interesante para una colección.

Con el aumento de los viajes por Europa y otros continentes, los museos se convirtieron en lugares privilegiados para el intercambio de ideas. La cantidad y variedad de objetos expuestos en estos tempranos museos garantizaban un número infinito de temas a tratar.

Esta cultura de erudición que se extiende desde las publicaciones de los naturalistas Ulisse Aldovrandi y Conrad Gesner en la segunda mitad del siglo XVI, alcanzó durante la primera mitad del siglo XVII en Italia un momento de esplendor. Colecciones como las de Francesco Calzolari en Verona, Ferrante Imperato en Nápoles o Michele Mercati en Roma eran lugares de visita obligada para todo viajero culto que pasara por aquellas ciudades.

La importancia de los objetos depositados en estos museos dependían de su belleza, rareza y exotismo. Algunos objetos eran remarcables por su inusual forma o comportamiento, como por ejemplo el conocido como “
Nautilo de Plinio”, que según nos cuentan Benedetto Ceruti y Andrea Chioco en su catálogo del museo de Calzolari de 1622, era capaz de moverse expulsando agua a presión. En otros objetos su importancia venía dada por su misterio, como los fósiles, todavía de procedencia desconocida. Sin embargo, las mayores expresiones de asombro se reservaban para los objetos con poderes ocultos, que iban desde las tradicionales piedras imanes o bezoares hasta las últimas novedades venidas de América, como el “ámbar líquido” que según Nicolás Monardes y García de Orta era recomendado para curar heridas.

















Como muchos coleccionistas contemporáneos, Calzolari se centraba en maravillas terapéuticas que podían obtenerse a través de herboristas locales o mediante mercaderes de especias y medicinas. Mucho más raras (y presumiblemente más caras) eran las rarezas anatómicas, como la cabeza momificada que podemos ver colgada del techo en el museo de Calzolari.

En las manos de físicos, farmacéuticos y profesores, estas colecciones tenían múltiples usos, eran lugares de investigación y de experimentación sobre múltiples aspectos de la historia natural, la ciencia y la medicina.

En Nápoles, las colecciones de Imperato entraron en contacto con los miembros de la
Accademia dei Lincei, fundada por el noble Federico Cesi en 1603 con el fin de investigar los secretos de la naturaleza, llegó a contar con Galileo entre sus miembros. Imperato, como los miembros de la Academia, estaba en proceso de reescribir la historia natural en base a la observación directa y la experimentación en vez de seguir la tradición clásica.

Muchos miembros de la Academia visitaron el museo de Imperato cuando iban a Nápoles, mientras que la mayoría de los académicos napolitanos dependían de la colección de éste para la realización de sus investigaciones, muchas de ellas gracias al microscopio, aparato de reciente aparición.

Con la muerte de Cesi en 1630 y la condena por la Inquisición de Galileo en 1633 por seguir la teoría copernicana acabó con la era de la
Accademia dei Lincei y comenzó la época de los jesuitas y la Academia del Cimento.

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