Hijo de un físico, el clérigo Manfredo Settala, heredó la pasión de su padre por las curiosidades científicas. Pupilo del retórico jesuita Emanuele Tesauro, Settala entendía su colección como un texto extremadamente complejo en el que cada objeto tenía un significado secreto, diseñado más para sorprender que para informar. Settala creó un museo repleto de curiosidades naturales y etnográficas -que llegaban a él gracias a sus relaciones con los misioneros católicos-, junto a invenciones ópticas y mecánicas, muchas de ellas realizadas por él.


Similar idea sobre el mundo tenía el erudito jesuita Athanasius Kircher, su visión de la naturaleza era la de un glorioso jeroglífico de inspiración divina. Sus estudios en lenguas antiguas, arqueología, astronomía, magnetismo y cultura china y egipcia se completaban con una colección de rarezas científicas y etnológicas. Su colección llegó a alcanzar una extraordinaria dimensión y gracias a la donación en 1651 al Colegio Romano de la colección del patricio de la Toscana Alfonso Donnini, tuvo la oportunidad de exhibirla junto a esta colección, consistente esencialmente en antigüedades que anteriormente estaban en el Palazzo dei Conservatori en el Capitolio.

Athanasius Kircher, que fue el encargado de elaborar el proyecto museológico de la unión de las colecciones, realizó un itinerario simbólico que recorría un camino en el conocimiento en el sentido más amplio. La gran galería del museo estaba completamente llena de cuadros, estatuas y objetos de arte. Además de obras de artistas italianos como Guido Reni o Bernini, existían obras como un retrato del Dalai Lama o una estatua de Confucio, traídas junto con otras piezas orientales por los misioneros jesuitas en Oriente. También tenían cabida la cábala hebrea, la magia natural, la hermenéutica humanística, ídolos mágicos egipcios, amuletos y talismanes exóticos. A todo ello hay que unir el conjunto de artefactos, máquinas catóptricas y dióptricas, toda clase de relojes, curiosidades de historia natural, aparatos científicos, fragmentos de la antigüedad clásica, animales disecados…
Muy importante era el elemento lúdico, frecuentemente asociado al sonido y a la música, así tenía estatuas que parecía que hablaban gracias a tubos que conducían el ruido de la calle a través de la pared y hasta la boca de las estatuas. Destacaba también un instrumento capaz de tocar doce sinfonías distintas o un mono autómata que tocaba el tambor.
En 1678 Jorge de Sepi, bajo la dirección del propio Kircher, publicó un catálogo del museo. El museo estuvo ininterrumpidamente abierto hasta 1680, año de la muerte de Kircher. Fue reabierto en 1698, ya con otra ubicación y con otra ordenación de piezas, y de nuevo cerrado cuando se suprimió la Compañía de Jesús en 1773, comenzando entonces a dispersarse las colecciones artísticas. Las colecciones científicas, etnográficas y arqueológicas permanecieron en el Colegio Romano que seguía con sus funciones docentes. En 1874 el gobierno, tras la desamortización de los bienes eclesiásticos, envía el Gabinete de Física al Liceo Visconti. En 1913 los fondos etnográficos fueron enviados al Museo Paleoetnográfico de Roma y otros fondos al Museo Nazionale de Castel Sant’Angelo. La Arquelogía terminó en el Museo Nazionale Romano. También hay piezas del kircheriano en el Museo Pigorini de Roma y en los Museos Vaticanos.
1 comentario:
Interesante. ¿Se conoce el inventario del museo de Kircher? ¿Se ha investigado sobre el tema?
Publicar un comentario